Por Enrique Carpintero* (para La Tecl@ Eñe) *Psicoanalista. Director de la revista y la editorial Topía. Su último libro recientemente publicado es: Enrique Carpintero (compilador), La subjetividad asediada. Medicalización para domesticar al sujeto, editorial Topía, 2011.
La medicalización es un término que se viene usando desde hace muchos años para demostrar los efectos en el acto médico de los factores políticos, sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de las grandes industrias de tecnología médica y farmacológica.
La cultura del capitalismo mundializado ha llevado a que los bienes materiales e inmateriales tengan una cotización en la economía de mercado. Su único objetivo es la maximización de las ganancias. Pareciera que nada queda fuera de la llamada “ley del mercado”. Todo queda reducido a si es un buen o mal negocio. De allí que no puede sorprendernos que las prácticas de la salud queden subordinadas a los grandes intereses de las empresas de medicina. ”Ya no es la enfermedad -y la lucha contra el dolor y la muerte- el limite `natural` que hablita a la medicina a intervenir en el cuerpo. La salud es en gran parte un artículo más de consumo. No un objetivo, sino un medio de diferenciación social, como la vestimenta, el consumo suntuario o la calificación laboral”. (Marcelo Rodríguez, Historia de la salud. Relatos sobre el cuerpo, la medicina y la enfermedad en la sociedad occidental, Capital Intelectual, 2011) Esta situación deviene en la complejidad que actualmente debemos tener en cuenta cuando se receta un medicamento. La relación médico-paciente en el acto de hacer un diagnóstico y medicar esta atravesado por la medicalización de la vida cotidiana que conlleva cuestiones éticas y científicas. Aunque, como vamos a desarrollar en este breve artículo, estas son fundamentalmente económicas y políticas.
La medicalización es un término que se viene usando desde hace muchos años para demostrar los efectos en el acto médico de los factores políticos, sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de las grandes industrias de tecnología médica y farmacológica. Si nos ceñimos al campo del padecimiento subjetivo estos efectos son el resultado de algunas cuestiones que son necesarias entender.
Una subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante
El liberalismo -en su versión conservadora o progresista- pone la libertad como premisa del orden capitalista. Pero esta libertad, convertida a su vez en fundamento y en legitimación, es para el liberalismo primordialmente libertad económica en la medida en que todas las demás derivan de ella o se subordinan. La libertad es libertad para consumir sexo, celulares o futbol para todos. En el acto de consumir el sujeto cree encontrar ilusoriamente la satisfacción a su deseo. Este deseo es por definición omnipotente independientemente que se realice o no. Como principio o como amo este deseo lleva a una realidad que tiende a desbordarse y, por lo tanto es interminable e insaciable. Este exceso encuentra en la cultura hegemónica normas cuya idea de virtud es mantenerse “sano”. Para ello propone la ilusión de evitar lo que caracteriza la condición humana: nuestra finitud. De allí que procesos normales como el nacimiento, la adolescencia, la vejez, la sexualidad, el dolor y la muerte se presentan como patológicos a los cuales se les puede aplicar una medicación para su solución. De esta manera la búsqueda de la salud se transforma en una exigencia que en muchas ocasiones genera enfermos imaginarios de enfermedades creadas por los propios laboratorios. Por ello el ser humano saludable de nuestra actualidad es un oxímoron: todos los límites que se impone dependen del exceso en que vive y para cuya inexorable perpetuación se limita. (Vicente Serrano, La herida de Spinoza. Felicidad en la vida posmoderna, Anagrama, 2011).
Las fabulosas ganancias de los grandes laboratorios
En este sentido la actual evolución de las biotecnologías, las neurociencias, las técnicas médicas y farmacológicas que pueden estar al servicio de la emancipación del sujeto se las utiliza para adaptarlo a la cultura del sometimiento. Por ello el medicamento que estaba exclusivamente al servicio del “arte de curar” hoy se lo ofrece como un objeto necesario de consumir para soportar las incertidumbres de un futuro que es vivido como catastrófico. Grandes campañas publicitarias en los medios de comunicación ofrecen las bondades de un medicamento como si fuera cualquier producto para consumir. La ingesta de remedios se ha naturalizado como una forma de vida. Ansiolíticos, analgésicos, laxantes, antiácidos y multivitamínicos no sólo se venden en las farmacias sino en quioscos y supermercados. Una consulta de la Universidad Maimónides y el Instituto Argentino de Atención Farmacéutica realizado a 3000 pacientes y 400 farmacéuticos muestran que el uso de medicamentos sin control médico adecuado conduce a que 100.000 personas se internan por esta causa en los hospitales públicos y más de 770 terminen muriendo. En EE.UU. se ha transformado en la tercera causa de muerte después de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Los diferentes de factores que se ponen en juego para difundir la medicalización en la sociedad explican las fabulosas ganancias que tienen los grandes laboratorios, las cuales deben ser repartidas entre los diferentes actores que participan en este proceso. Un informe de la Asociación de Agentes de Propaganda Médica de la Argentina sostiene los siguientes datos: -La industria farmacéutica representa el 4,7% del valor agregado total y el 3,2% del valor bruto de producción. Es la 2da actividad de importancia en el valor agregado y la 8va en el monto de facturación. -La productividad por asalariado en la industria farmacéutica es mayor que en el conjunto industrial. En efecto, mientras cada asalariado de la industria farmacéutica produce por $72 mil al año de valor agregado, en el conjunto industrial lo hace por $59 mil al año. Es decir la productividad por asalariado en la industria farmacéutica es 20,8% superior al conjunto industrial. -Si se compara la explotación promedio que cada empresa del sector farmacéutico se apropia en relación con el salario promedio del sector, se derrumba ese lugar común instalado por las empresas del sector en el sentido de que “pagan los mejores salarios”. En efecto las ganancias promedio mensuales que cada empresa se apropia en industria farmacéutica equivalen a 85 sueldos promedios del sector. Dicho en términos sencillos esto supone que cada empresa ganan 85 veces más que lo que gana cada trabajador del sector. Este mismo indicador para el conjunto del sector industrial se ubica en 19,8. Es decir este indicador de explotación laboral es 329,4% superior en la industria farmacéutica que en el conjunto industrial. -La rentabilidad de las firmas se asientan sobre niveles de oligopolios y en algunos casos monopolios en la producción de una determinada droga por parte de los laboratorios que operan en el país. Un ejemplo basta para ilustrar esta situación. La droga Omeprazol es comercializada por el Laboratorio Astrazeneca (de origen sueco) a un precio final que excede en 33.130% su costo inicial. Así como leyeron. Pero podemos continuar. En drogas como la piroxicam, la amlodipina, la nifedipina, la enlapril el precio final de la droga supera entre un 4.000% y un 12.000% el costo de la misma. Medicamentos ampliamente consumidos por la población también presentan elevados precios finales en relación al costo de la droga, que denota el grado de concentración de la producción y distribución de los medicamentos de uso masivo. Tal es el caso del Lexotanil producido por el grupo extranjero Roche cuyo precio final supera en 2.258% el costo, como también el caso de su sustituto el Octanil (producido por el grupo local Bago) cuyo precio final supera el 2.165% su costo.
Esta situación esta llevando a que millones de personas en nuestro país y en el mundo mueran por no poder acceder a tratamientos básicos o mueran de paludismo, chagas, dengue y tuberculosis. Es decir, enfermedades que no dan rédito económico ya que para evitarlas es necesario el trabajo preventivo y mejorar la calidad de vida de la población afectada. Para finalizar este apartado debemos decir que la excusa para estas fabulosas ganancias es que las mismas se reinvierten en investigación. La realidad es otra: la mayor inversión de estas empresas es para mantener la publicidad y el marketing que incluye congresos y diferentes remuneraciones a los profesionales para que receten sus productos.
La psiquiatrización de la subjetividad
Este monopolio médico-tecnológico da lugar a modelos neopositivistas donde la única valoración es la biología como determinante del proceso salud-enfermedad. Es decir se deja de lado una subjetividad construida en la relación con el otro en el interior de una cultura. Desde allí no se piensa en enfermos sino en enfermedades de pacientes que pueden pagar los altos costos de la tecnología médico-farmacológica. En el campo de la salud mental esta situación llevo a psiquiatrizar la subjetividad. La psiquiatría hegemónica a partir de los adelantos en neurología y la genética y bajo la influencia de una concepción conductista se dedica a clasificar enfermedades y diagnosticar trastornos para aplicar la correspondiente medicación. Para ello utiliza el Manual de Estadística y Diagnóstico de los Trastorno Mentales (DSM IV) como única referencia “científica”. Este es un manual basado en el esquema de síntomas-diagnóstico-tratamiento elaborado a partir de las neurociencias y el uso de psicotrópicos realizado por la American Pychiatric Association que se ha tomado como referencia a nivel mundial. Su objetivo no es organizar un tratamiento psicoterapéutico sino clasificar cada trastorno para poder aplicar la droga correspondiente: trastorno de aprendizaje con déficit de atención,Ritalina; depresión, Fluoxetina; ansiedad generalizada, Lorazepam y así sucesivamente. (leer el Manifiesto de Buenos Aires: por un abordaje subjetivante del sufrimiento psíquico en niños y adolescentes en www.topia.com.ar ) En la actualidad se esta preparando en EEUU la versión del DSM V y Allen Frances, uno de los autores de la versión del DSM IV, es decir un médico que esta en la “cocina” de la preparación de estos “diagnósticos”, advierte con mucha claridad: “Nuevos diagnósticos que podrían ser extremadamente comunes en la población general (especialmente después del marketing de una siempre alerta industria farmacéutica). Umbrales diagnósticos más bajos para muchos desórdenes existentes. El DSM-V podría crear decenas de millones de nuevos mal identificados pacientes `falsos positivos` exacerbando así, en alto grado, los problemas causados por un ya demasiado inclusivo DSM-IV. Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones innecesarias, caras, y a menudo bastante dañinas. El DSM-V aparece promoviendo lo que más hemos temido: la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad mental, con el resultado de que el concepto central de `trastorno mental` resulta enormemente indeterminado”. (leer en Enrique Carpintero, compilador, La subjetividad asediada. Medicalización para domesticar al sujeto, editorial Topía, 2011). También la locura se redujo nuevamente a sus componentes biológicos. Hoy el loco no es un sujeto con el que se establece una relación terapéutica, sino que se ha convertido en un objeto cuyos síntomas pueden ser tratados químicamente si tiene dinero para pagar los psicofármacos de última generación. Si es pobre será enviado a un manicomio. Esta situación ha llevado a dejar de lado años de trabajo teórico y prácticas clínicas en el campo de la Salud Mental para reducir la subjetividad exclusivamente a estímulos neuronales.
Para finalizar podemos decir que los ricos no sólo viven mejor que los pobres, viven más tiempo. Uno de los datos de la desigualdad es cuánto se vive y cuanto se sobrevive a la enfermedad y al riesgo. Como venimos diciendo en anteriores artículos la protección de la vida es una tarea de los gobiernos por que las circunstancias de que la gente viva o muera es un hecho político. Si se deja que las condiciones de vida, la enfermedad y la muerte este en manos de los votos o de las leyes del mercado, las familias pobres no pueden sobrevivir. Esta es la función de un Estado que represente los intereses de la mayoría de la población. Sin embargo la lógica del capital desnuda un Estado que no es objetivo, sino que defiende los intereses de los sectores empresarios, al no garantizar las leyes que protejan a los sectores de menores recursos. Un ejemplo es que luego de once años de ser sancionada la Ley 448 de Salud Mental de la CABA todavía no se aplica. Lo mismo ocurre con al Ley Nacional de Salud Mental luego de un año de ser sancionada. Su resultado es la precarización de las redes sociales y los hospitales públicos donde la cultura dominante sólo ofrece la ilusión del consumo. De esta manera la medicalización es la respuesta que permite sostener la fragmentación de las identidades individuales y colectivas. Para eliminar sus consecuencias no es suficiente con una condena moral o un cuestionamiento científico ya que estas reproducen el modelo social y económico. Plantear su necesaria transformación requiere tener en cuenta que los sectores dominantes crean sus instrumentos de poder, de civilización y de cultura, así como los medios para realizarlos. De allí que el problema es político y la respuesta debe ser política.
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